El llamado del bosque.
Desde tiempo inmemorial habían atribuido propiedades mistéricas a aquel frondoso bosque. Especialmente a la poza que, justo en su centro, formaban las aguas de un pequeño arroyo de montaña. A ella acudían a bañarse, en las noches de primavera, las mujeres de todos los poblados de la comarca. Dicen que ese baño ritual limpiaba de sus memorias las cicatrices de los desamores sufridos en el año anterior. Los hombres no disfrutaban de esa posibilidad y hasta se creía que ellos no la necesitaban. En contrapartida, las hojas y las ramas de los árboles y la maleza los hacían invisibles cuando estos se veían acosados por el miedo. De esa forma, aquel pequeño bosque estaba siempre lleno de gente en primavera. No era raro que muchas mujeres también quisieran disfrutar de la invisibilidad que proporcionaba la vegetación y que muchos hombres se bañaran en la poza a escondidas, minutos antes del amanecer.
Así cada uno fue forjándose en los deseos y debilidades del otro.